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¿Qué es lo más grande que podemos conocer?

3 min readJun 1, 2025

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Artículo basado en las lecturas del Domingo de la Ascension!

Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 1, 1 — 11

• Salmo Responsorial: Salmo 46 (47), 2–3. 6–7. 8–9

• Segunda Lectura: Efesios 1, 17 — 23

• Evangelio: Lucas 24, 46 — 53

El filósofo Jacques Maritain, en su obra profunda Los grados del conocimiento, nos ofrece una idea que puede cambiar nuestra vida:

“Lo que realmente conocemos, lo llegamos a ser.”

Y esto es una verdad espiritual.

Conocer a Dios no es acumular información religiosa; es comenzar a participar de su misma vida.

Mientras más lo conocemos, más lo amamos.

Y mientras más lo amamos, más nuestro conocimiento se convierte en luz, gozo y fuerza interior.

Un conocimiento que transforma el corazón

San Pablo, en la segunda lectura de hoy, ora con pasión para que Dios nos conceda:

“Un espíritu de sabiduría y revelación que nos permita conocerlo verdaderamente.”

Ese conocimiento no es mental solamente: ilumina el corazón. Nos llena de esperanza. Nos eleva.

Pero no lo alcanzamos por nuestras propias fuerzas.

Es el Espíritu Santo —la Promesa del Padre — quien lo hace posible.

La Ascensión no es un adiós; es un inicio glorioso

La fiesta de la Ascensión no es una despedida triste.

Es el anuncio de que, en Cristo, nuestra humanidad ha sido elevada al cielo.

San León Magno lo expresó con claridad luminosa:

“Así como la Pascua fue causa de alegría porque Cristo resucitó, así también la Ascensión es nuestra gloria, porque la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en Cristo, al trono de Dios.”

Y el Papa San Juan Pablo II añadió que esta solemnidad no marca el final, sino el comienzo:

“La Ascensión marca el paso del tiempo de Jesús al tiempo de los Apóstoles y de la Iglesia.”

No más mirando al cielo. Es tiempo de caminar en misión.

Después de cuarenta días con el Resucitado, los discípulos no quedan tristes al verlo ascender.

Se llenan de gozo, adoran, y regresan a Jerusalén con esperanza.

¿Por qué? Porque sabían que la Promesa del Padre estaba por llegar.

“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes,” dice Jesús,

“y serán mis testigos… hasta los confines de la tierra.”

Esa promesa no fue solo para los Apóstoles.

Es para ti. Para mí. Aquí y ahora.

¿Qué estás contemplando cada día?

Vivimos en un mundo lleno de ansiedad, tristeza y confusión.

Estamos rodeados de voces que no nos elevan, sino que nos aplastan o nos dividen.

Pero recuerda:

Lo que contemplas, lo llegas a ser.

Si abrimos el corazón a la Palabra, si invocamos al Espíritu Santo, Él nos eleva:

• De la confusión a la claridad.

• Del miedo a la misión.

• De la tristeza al gozo.

El Espíritu Santo no es accesorio. Es el alma del cristianismo.

No es un complemento para nuestra vida de fe. Es el corazón.

Él es quien convierte:

• La doctrina en fuego,

• La adoración en testimonio,

• La información en transformación.

Una presencia que no se ha ido: está dentro de ti

Hoy no celebramos que Jesús “se fue.”

Celebramos que, en Él, ya hemos entrado en el cielo.

Celebramos que el Espíritu Santo nos habita.

Y que la misión apenas comienza.

Vivamos como personas elevadas:

Por el Espíritu, por Cristo, para el Padre.

Y llevemos esta alegría al mundo.

Porque el mundo no necesita más opiniones.

Necesita testigos vivos.

Para concluir, escuchemos a San Juan Pablo II:

“Jesús ya no está visible a los ojos de la carne, pero está presente a los ojos del corazón. Y está con nosotros, dentro de nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo.”

Amén.

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Theoloscience
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Written by Theoloscience

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