Porqué Adoramos al Santísimo Sacramento del Altar?

Theoloscience
8 min readNov 8, 2023

Qué dicen los teólogos y Filósofos?

5 Razones para adorar al Santísimo Sacramento del Altar

Razón Teológica: Encuentro con Cristo Resucitado:

El reconocimiento del Ser Trascendente en la filosofía toma como premisa que el ser humano tiene la capacidad innata de alcanzar un conocimiento que trasciende lo inmediato y sensible. Aristóteles, en su obra “Metafísica”, explora la noción de ser y la existencia de una “causa primera” o “motor inmóvil” que subyace a la realidad observable. Aunque su pensamiento no se desarrolló en un contexto cristiano, su entendimiento del conocimiento y la trascendencia proporcionó una base filosófica que Santo Tomás de Aquino y otros teólogos cristianos adoptarían más tarde.

Santo Tomás de Aquino, en su monumental obra “Summa Theologiae”, se basa en el enfoque aristotélico de la relación entre fe y razón. Aunque la Eucaristía, según la doctrina católica, contiene un misterio que supera la comprensión humana — la presencia real de Cristo bajo las apariencias del pan y del vino — , Santo Tomás argumenta que esto no está en conflicto con la razón humana. De hecho, la razón puede llevar al individuo a la conclusión de que es razonable creer en los milagros y misterios revelados por un Dios que no puede engañar ni ser engañado.

La adoración de la Eucaristía, entonces, no es un acto ciego de fe, sino uno que se alinea con la naturaleza racional del ser humano. Santo Tomás aclara que, aunque no podemos comprender completamente el misterio de la Eucaristía, podemos reconocer la coherencia y credibilidad de la revelación divina y responder con adoración. Esto se alinea con la visión aristotélica de que el ser humano, usando la razón, puede llegar a reconocer verdades que son fundamentales y eternas.

Este enfoque filosófico no busca reducir la Eucaristía a términos racionales, sino más bien mostrar que la fe y la razón son complementarias. La razón prepara el camino para la fe y la fe lleva a la razón a su cumplimiento, permitiendo al creyente entrar en una relación más profunda con el misterio trascendente que la Eucaristía presenta. En la adoración eucarística, los fieles, por tanto, participan en un acto que honra la totalidad de su ser: su deseo de conocer la verdad y su anhelo de unirse con lo divino.

Razón Filosófica: Reconocimiento del Ser Trascendente:

El pensamiento de Aristóteles sobre la realidad trascendente, aunque secular, sienta las bases para la comprensión cristiana de la fe y la razón como complementarias. Aristóteles enseñaba que los seres humanos pueden alcanzar ciertos conocimientos sobre la realidad última, o “primeras causas”, a través del uso de la razón. Para él, la razón no es simplemente una herramienta para discernir los hechos del mundo natural, sino también un medio para acceder a verdades más elevadas y abstractas.

Santo Tomás de Aquino, al integrar este pensamiento con la teología cristiana, argumentó que hay verdades que, si bien son accesibles a la razón, son más plenamente comprendidas y apreciadas a través de la fe. La Eucaristía, para Santo Tomás, es uno de estos misterios: un milagro que es racionalmente creíble en base a la autoridad divina y la evidencia de la Revelación, aunque no sea completamente comprensible a través de la razón humana.

Santo Tomás utilizó la filosofía aristotélica para explicar cómo los milagros, incluida la transubstanciación en la Eucaristía, no son irracionales. En su visión, Dios, quien es la razón última y creador de la lógica que gobierna la realidad, no viola la lógica al realizar un milagro; más bien, actúa de una manera que está más allá de la comprensión humana limitada. Por lo tanto, mientras que la razón nos puede llevar a la puerta de los misterios divinos, es la fe la que nos permite entrar y participar plenamente en ellos.

Adorar la Eucaristía, entonces, es un acto de la voluntad y el intelecto: la voluntad de someter la comprensión personal a la verdad revelada y el intelecto que reconoce la coherencia y credibilidad de las enseñanzas de la Iglesia, a pesar de no poder agotar su misterio. Santo Tomás consideraba que este tipo de adoración no era una negación de la razón, sino un acto que la perfecciona y completa, llevándola a su fin último, que es conocer y amar a Dios.

Así, la adoración eucarística se convierte en un testimonio de la capacidad humana de entrar en comunión con la realidad trascendente, un acto que afirma la capacidad de la razón para llevarnos a las fronteras del misterio divino, donde la fe proporciona el medio para cruzarlas. En este acto de fe, la razón encuentra no una barrera, sino un puente hacia la verdad más profunda y sublime.

Razón Antropológica: Conexión con lo Sagrado:

San Agustín de Hipona es conocido por su profunda introspección sobre la condición humana y la búsqueda del alma de su creador. En su famosa frase de “Confesiones”, “Inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti”, San Agustín expresa una verdad fundamental sobre la naturaleza humana: que hay un anhelo inherente en cada persona por la comunión con lo divino, que no puede ser satisfecho por las cosas del mundo.

Este anhelo de unión con Dios, según San Agustín, se manifiesta en una constante búsqueda de la verdad, la belleza y el amor, todas cualidades que reflejan la naturaleza de Dios. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, se ve impulsado por un deseo de regresar a esa fuente original de vida y amor que es Dios mismo.

La Eucaristía, en este contexto agustiniano, se convierte en el medio por el cual esta unión anhelada puede ser realizada de la manera más íntima posible en la vida terrenal. La Eucaristía no es solo un recordatorio simbólico de la presencia de Dios, sino que, según la doctrina católica, es la presencia real de Cristo. Cuando los fieles adoran el Sacramento, están, de hecho, en la presencia de Dios hecho hombre, y participan en una unión mística con Él.

Esta unión mística que se ofrece en la Eucaristía es una respuesta directa al desasosiego humano del que habla San Agustín. En la adoración eucarística, los fieles experimentan un anticipo del descanso eterno y la paz que solo se encontrarán en su plenitud en la visión beatífica, cuando vean a Dios cara a cara. La adoración eucarística es, por lo tanto, una participación en la vida eterna aquí y ahora, una manera de saciar la sed de infinito que todos llevamos dentro.

Por lo tanto, la enseñanza de San Agustín sobre la inquietud del corazón humano puede verse como una fundación antropológica y espiritual para la práctica de la adoración eucarística. Ofrece una visión de la adoración no como un mero deber religioso, sino como una expresión de la profunda necesidad humana de conexión con el trascendente, que en el cristianismo se encuentra en la persona de Jesucristo, presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

Razón Teológica: Manifestación de la Gracia de Dios:

El Concilio de Trento, que se celebró entre 1545 y 1563, fue un momento decisivo en la historia de la Iglesia Católica, particularmente en su respuesta a la Reforma protestante. En el contexto de los debates teológicos de la época, el Concilio reafirmó con vigor la doctrina de la transubstanciación, según la cual las sustancias del pan y del vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo durante la misa, aunque las apariencias o ‘especies’ permanezcan.

La declaración de Trento sobre la Eucaristía como una “fuente inagotable de gracia” refleja la creencia de que cada celebración de la Eucaristía no es una mera repetición o recordatorio de la Última Cena y de la Pasión de Cristo, sino una re-presentación actual del único sacrificio de Cristo en la cruz. La gracia salvífica de la Pasión, según esta enseñanza, se hace presente y accesible para los fieles cada vez que se celebra la Eucaristía. Es una fuente de gracia que no se agota, porque el sacrificio de Cristo es eterno y su eficacia no disminuye con el paso del tiempo.

La Eucaristía, por tanto, es vista como el “memorial” del sacrificio pascual de Cristo en un sentido activo y dinámico. El término “memorial” en este contexto no se refiere simplemente a un acto de recordar, sino a una actualización del pasado en el presente. Los teólogos del Concilio de Trento, apoyándose en la tradición apostólica y los escritos de los Padres de la Iglesia, como San Ignacio de Antioquía y San Justino Mártir, enseñaron que en cada misa, el poder redentor de la muerte y resurrección de Jesús se hace presente de nuevo para los fieles.

Además, el Concilio de Trento habló del fruto espiritual de la Eucaristía, afirmando que este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, ya que quienes reciben la Eucaristía se unen más íntimamente a Cristo y, por medio de Él, entre sí. En este sentido, la Eucaristía no sólo es una fuente de gracia individual, sino también el fundamento de la comunión eclesial.

Por lo tanto, la adoración de la Eucaristía, según los decretos de Trento, no es solo una devoción piadosa, sino una participación vital en la vida de gracia de la Iglesia y una conexión real y continua con el misterio pascual de Cristo. La presencia real de Cristo en la Eucaristía es, así, el punto de acceso a la vida divina y el medio por el cual se distribuye la gracia a los creyentes, sosteniéndolos en su viaje espiritual y en su crecimiento en santidad.

Razón Filosófica: El Acto de Fe como Afirmación de la Verdad:

San Anselmo de Canterbury, un teólogo y filósofo medieval, es conocido por su frase “fides quaerens intellectum”, que significa “la fe en busca de entendimiento”. Esta no es simplemente una declaración sobre la naturaleza de la fe, sino un principio que guía la interacción entre la fe y la razón. Anselmo no veía la fe como una creencia ciega, sino como un punto de partida confiado hacia una comprensión más profunda de las verdades divinas.

Cuando aplicamos el principio de Anselmo a la adoración eucarística, se entiende que la fe de los creyentes en la presencia real de Cristo en la Eucaristía es el comienzo de un viaje más profundo hacia la comprensión de este misterio. La razón aquí no está en desacuerdo con la fe, sino que la razón se emplea para explorar y profundizar en el conocimiento de este misterio. La razón puede considerar las evidencias de la Revelación, las enseñanzas de la Iglesia, y los testimonios de los santos y místicos para comprender mejor lo que la fe sostiene.

La adoración eucarística, entonces, no es simplemente un acto emocional o un ritual sin sentido, sino un encuentro con la verdad que involucra toda la persona: su mente, su corazón y su alma. A través de la adoración, los fieles buscan comprender más plenamente el amor de Dios manifestado en el sacramento y cómo este sacramento afecta y transforma sus vidas. La fe que busca entender no desmitifica la Eucaristía, sino que reconoce su profundidad y se maravilla ante su grandeza.

San Anselmo argumentaría que la mente humana está hecha para buscar la verdad, y en la búsqueda de la verdad sobre la Eucaristía, la mente se eleva más allá de los límites del entendimiento humano. El deseo de entender es en sí mismo un acto de adoración, un reconocimiento de que lo que se adora es tan real y presente como insondable y misterioso.

En este contexto, la adoración eucarística se convierte en un diálogo entre la fe y la razón: la fe lleva a la adoración, y la adoración impulsa al creyente a buscar una comprensión más profunda. Es un círculo virtuoso donde la fe enriquece la razón, y la razón amplía la profundidad de la fe. Así, la adoración eucarística, guiada por este principio anselmiano, se convierte en un acto intelectual y espiritual que eleva al creyente a una comunión más íntima con Dios.

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