NO MÁS CARGAS QUE LAS NECESARIAS
Cómo discernir lo esencial en la fe sin herir a los que empiezan a caminar
Basado en Hechos 15, 1–2.22–29; Juan 14, 23–29; Apocalipsis 21, 10–14. 22–23
I. Introducción: el amor como criterio de lo esencial
En toda comunidad cristiana, tarde o temprano surge una pregunta sincera:
¿Qué es realmente necesario para agradar a Dios?
Y enseguida aparece otra, más sutil pero igual de importante:
¿Qué cosas hemos agregado nosotros — sin darnos cuenta — que terminan confundiendo, cargando o incluso alejando a los más sencillos?
Esto no es un problema moderno. Ya pasaba en la Iglesia naciente. Lo vemos en el libro de los Hechos, cuando algunos creyentes llegaban a Antioquía desde Judea y enseñaban:
“Si no se circuncidan según la ley de Moisés, no pueden salvarse.” (Hch 15,1)
Pablo y Bernabé entraron en una discusión seria con ellos. El escándalo no era menor: ¿cómo podían decir que la obra de Cristo no bastaba? ¿Cómo podían condicionar la salvación a una práctica ritual ya superada por el Evangelio?
La comunidad respondió con sabiduría: envió a Pablo, Bernabé y otros a Jerusalén para consultar con los apóstoles y ancianos. Lo que siguió fue el primer gran concilio de la Iglesia, y su resolución nos sigue enseñando hoy.
II. El estilo del Espíritu: no impone, enseña y libera
La respuesta de los apóstoles en Jerusalén es un modelo de discernimiento pastoral. En vez de centrarse en atacar a quienes trajeron confusión, ofrecieron una carta que decía:
“El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias…” (Hch 15,28)
Esa carta no se dedicó a nombrar culpables, ni a desacreditar a los equivocados. No hubo castigo, ni represalias, ni cancelación. Se optó por una comunicación serena, clara, fraterna y con visión de cuerpo eclesial.
Este detalle no puede pasarse por alto: cuando el Espíritu actúa en una comunidad, no se fomenta la exclusión, ni el chisme, ni la purga de “rebeldes”. Se busca sanar, integrar, recordar lo esencial. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“El Espíritu Santo […] edifica, anima y santifica la Iglesia.” (CEC 747)
Por eso, una comunidad verdaderamente guiada por el Espíritu no se organiza por medio de amenazas, etiquetas ni favoritismos, sino a través de la escucha mutua, la Palabra viva y la caridad operante.
Cuando un grupo o movimiento se enfoca más en la obediencia a un estilo que en la fidelidad a Cristo, cuando se juzga a los que preguntan o se aleja a los que no encajan, eso ya no es obra del Espíritu.
III. Jesús también nos señala lo esencial
En el Evangelio de Juan (14,23–29), Jesús dice:
“El que me ama, cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos en él nuestra morada.” (Jn 14,23)
Aquí no hay legalismo. No hay fórmulas. Hay relación viva. El que ama, escucha. El que escucha, acoge. El que acoge, se convierte en morada de Dios.
¿Y cómo se mantiene viva esa Palabra? Jesús lo aclara:
“El Espíritu Santo… les enseñará todo y les recordará cuanto yo les he dicho.” (Jn 14,26)
El Catecismo lo reafirma:
“Cristo es el Maestro interior: el Espíritu de verdad […] recuerda a los fieles, en cada generación, lo que Cristo enseñó una vez por todas.” (CEC 426)
El amor a Cristo se manifiesta no en la repetición de normas humanas, sino en la adhesión viva y fiel a su enseñanza. Una enseñanza que el Espíritu trae a la memoria, no para condenar, sino para formar el corazón.
IV. Una Iglesia que no pierde la paz
Jesús termina este pasaje del Evangelio con palabras que no debemos olvidar:
“La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden.” (Jn 14,27)
Aquí hay un signo claro para el discernimiento pastoral: la auténtica enseñanza del Evangelio produce paz interior y libertad espiritual, no ansiedad ni esclavitud religiosa.
Si lo que alguien predica en un grupo o comunidad genera temor paralizante, exclusión o control psicológico, eso no viene de Cristo.
La paz que da Cristo no es pasividad ni evasión, sino serenidad en medio del discernimiento. Una comunidad que camina con el Espíritu es una comunidad que acoge, corrige con amor, y crece sin romper a los que apenas están empezando.
V. Sobre visiones y “mensajes del Señor”
Otra situación frecuente es cuando alguien en un grupo dice: “Dios me mostró…” o “Tuve un sueño en el que el Señor decía…”
¿Podemos negar que el Espíritu hable? No. Pero la Iglesia nos enseña a discernir cuidadosamente estas experiencias.
El Catecismo enseña:
“A lo largo de los siglos ha habido así llamadas ‘revelaciones privadas’, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. […] No pertenecen, sin embargo, al depósito de la fe.” (CEC 67)
Es decir, aunque puedan edificarnos, no pueden sustituir ni superar la revelación definitiva dada en Cristo.
¿Qué hacer si alguien comparte una “visión”?
- Escuchar con respeto. No burlarse ni ridiculizar. El Espíritu actúa también en lo sencillo.
- Invitar al discernimiento espiritual. ¿Esta visión promueve la humildad, la comunión, la obediencia a la Iglesia?
- Remitir al párroco o director espiritual. Toda manifestación auténtica debe pasar por la luz de la Iglesia.
Si una supuesta revelación genera miedo, división o pone a alguien por encima de los demás como si fuera “el único con un mensaje del Señor”, entonces debemos recordar esta advertencia de San Pablo:
“El espíritu de los profetas está sometido a los profetas, pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz.” (1 Cor 14,32–33)
Las verdaderas visiones nunca rompen la unidad ni se imponen por encima del discernimiento eclesial.
VI. El Apocalipsis también corrige nuestra mirada
La segunda lectura de hoy (Ap 21,10–14.22–23) nos lleva a una visión final, gloriosa:
“La ciudad no tiene templo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo… su lámpara es el Cordero.”
¿Qué nos dice esto hoy?
Nos recuerda que la Iglesia no se construye sobre edificios, reglamentos internos o estilos humanos de liderazgo. La Iglesia verdadera es aquella donde el Cordero está en el centro, donde Dios habita, donde no hay oscuridad ni exclusión.
“La gloria de Dios la ilumina.” (Ap 21,23)
Toda parroquia, todo grupo, toda comunidad cristiana debe preguntarse humildemente: ¿Cristo es realmente nuestra luz? ¿O nos hemos convertido en jueces unos de otros, olvidando que lo esencial es acoger y transmitir la luz del Evangelio?
VII. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu?
El discernimiento espiritual no es opcional en la vida cristiana. Es esencial. El Catecismo lo afirma con claridad:
“Es preciso distinguir cuidadosamente entre la fe que debe creerse y las opiniones particulares o las formas de piedad.” (CEC 1674)
Aquí algunas preguntas útiles para el discernimiento pastoral y comunitario:
- ¿Esto que se me propone está claramente en el Evangelio o el Catecismo?
- ¿Produce paz, libertad interior y deseo de amar más?
- ¿Construye comunión o genera juicio, control y sospecha?
Si responde sí a lo primero y segundo, y no al tercero, probablemente viene del Espíritu.
VIII. El reto pastoral: acoger sin diluir, corregir sin expulsar
Jesús no dejó a nadie fuera. Corrigió con firmeza, sí, pero con una mirada que sanaba. Hoy más que nunca, los nuevos creyentes necesitan pastores y líderes que acompañen, no que aplasten.
Y si un hermano o hermana piensa diferente, duda o aún no se adapta al grupo… no lo señales, no lo excluyas, no lo desacredites. Llévalo al discernimiento. Habla con el párroco. Deja espacio al Espíritu.
“No imponer más cargas que las estrictamente necesarias.” (Hch 15,28)
Eso significa que no se debe utilizar el liderazgo en un grupo como plataforma para ejercer control personal o excluir a quienes no siguen ciertas prácticas opcionales. El Concilio de Jerusalén fue claro: se trata de facilitar el camino, no de restringirlo.
En palabras del Papa Francisco:
“La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.” (EG47)
IX. En resumen: Menos peso, más Evangelio
En tiempos de confusión religiosa, de movimientos que van y vienen, de mensajes virales, esta Palabra es más actual que nunca.
- No todo lo que se dice en nombre de Dios viene de Dios.
- No todo lo que parece piadoso está iluminado.
- No todo lo que se enseña en un grupo está en sintonía con el corazón de la Iglesia.
Por eso, volvamos al centro: Cristo, su Palabra, su Espíritu.
Como dice el Apocalipsis: la luz no proviene de un templo hecho por hombres, sino del Cordero que ilumina desde dentro. Que esa luz brille en nuestros grupos, en nuestras parroquias, en nuestras decisiones, y sobre todo, en nuestro modo de acoger a los más pequeños.
✍️ Para tu reflexión final:
- ¿Estoy poniendo cargas innecesarias sobre otros?
- ¿Estoy cargando yo con cosas que Cristo no me pide?
- ¿Estoy dejando que el Espíritu me enseñe a discernir lo esencial?
- ¿Estoy construyendo una Iglesia que ilumina… o que filtra?
Que el Cordero sea nuestra lámpara. Y su Espíritu, nuestra brújula.