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Fuego y Sal: ¡Corre a las Montañas!

6 min readJul 1, 2025

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Una meditación viva sobre Génesis 19,15–29

Por Theoloscience

Introducción: Cuando el Cielo Te Grita

Muchos pasajes en la Biblia no son para hacer una exegsis sino para ser actuados.
Muchos textos bíblicos no son ana caricia el oído, sino un jalón del alma.
Génesis 19 es uno de ellos. No lo podemos leer sin sentir emociones fuertes.
Este pasaje tiene ojos grandes; y su grito supera los 100 decibelios. Además, tiene un tono confrontativo. Pero sobre todo, nos pone en movimiento:

¡Corre! ¡No mires atrás!

Este artículo no es un estudio académico. Es una alarma. Un espejo.
Un jalón de orejas con perfume de misericordia.

Hoy no hablaremos de un juicio pasado, sino de decisiones presentes.
Hoy, este texto de fuego y ceniza vuelve a hablar con voz de trueno al alma tibia del siglo XXI.

I. El Último Amanecer de Sodoma

El relato de Génesis 19,15–29 comienza con un alba que no será como las otras.
El sol está por salir, pero sobre Sodoma y Gomorra ya pesa una nube invisible de juicio.

La maldad ha llegado a su cima.
La perversión — sexual, espiritual, cultural — ya no es marginal, sino norma.
Es una ciudad donde el pecado ya no se esconde ni se condena: se legisla, se festeja, se impone.

Y en medio de esa ciudad… vive un hombre llamado Lot.
No fue forzado a vivir allí. Lo eligió. Le pareció buena tierra.

Buena economía. Buen lugar para prosperar.

Pero como sucede tantas veces, lo que nos parece un paraíso, sin Dios, se convierte en un infierno.

Y llegaron uno Ángeles

Los mensajeros divinos — ángeles, en forma humana — y no vienen a dar consejos espirituales ni a abrir un diálogo pastoral.
Vienen a evacuar.
Es una operación de rescate urgente.

“¡Rápido! Toma a tu esposa y a tus dos hijas que están aquí, o serás arrastrado junto con el castigo de la ciudad.” (v.15)

Entonces, ocurre algo sorprendente, desconcertante, profundamente humano:

“Pero Lot dudaba.” (v.16)

Sí.
El mismo Lot que escuchó la advertencia.
El mismo que conocía la corrupción de su entorno.
El mismo que había recibido la visita de seres celestiales.

Duda.

Como tú.
Como yo.

No siempre dudamos por incredulidad, sino por apego.
Porque el corazón tarda más en irse que los pies.

Entonces Dios Hace Lo Que Solo Dios Haría

“Entonces, por la misericordia del Señor, los hombres tomaron de la mano a Lot, a su esposa y a sus dos hijas, y los sacaron fuera de la ciudad, poniéndolos a salvo.” (v.16)

Ahí está. El verbo Divino actuando: misericordia.
El hebreo usa aquí ḥāmal, una palabra que implica un amor que no soporta dejarte morir.
Un amor que se agarra de ti aun cuando tú estás agarrado a lo que te afferras con las veinte uñas.

Y entonces viene la orden sin adornos:

“¡Corre por tu vida! No mires atrás ni te detengas en ningún lugar de la llanura. Huye a las montañas, o morirás.” (v.17)

Pero Lot pide una excepción. Regatea!
Una “rebaja”.
No quiere subir al monte. Le parece difícil.
Pide Zoar. Una ciudadcita. Algo más fácil. Más alcanzable. Menos radical.

Y sorprendentemente… Dios se lo concede.
No por porque es debil.
Sino porque su misericordia no tiene límites.

Lot entra a Zoar. Y el juicio cae.
Fuego y azufre.
Destrucción total.

Y Entonces… El Giro Doloroso

“La esposa de Lot miró hacia atrás, y se convirtió en una estatua de sal.” (v.26)

¿Quién era ella?
No sabemos su nombre.
Pero sabemos su gesto.
Y ese gesto la define: miró atrás.

En una sola mirada, perdió el futuro.
En una sola mirada, mostró que su cuerpo había salido de Sodoma, pero su corazón no.

Quedó inmóvil. Sal. Símbolo de alguien que quiso seguir con Dios, pero con una maleta secreta del pasado.

II. La Vida Espiritual Expuesta: Fuego, Sal y Misericordia

Este relato no está para contarse. Está para leerse con el alma en vela.

Cada personaje encarna una dimensión de nuestro interior.

a) Lot: El Alma Titubeante

Lot eres tú cuando sabes lo que Dios quiere… pero demoras.
Cuando tienes la gracia… pero prefieres el confort.
Cuando reconoces el pecado… pero no lo sueltas.

Y sin embargo…

“A veces, tú vives porque alguien más oró por ti.”

Eso es lo que dice el texto: “Dios se acordó de Abraham” (v.29).
Y por esa memoria, salvó a Lot.

Las intercesiones reales no desaparecen en el aire.
Son recogidas por el cielo. Y Dios actúa por ellas.

b) Zoar: La Misericordia Negociada

Zoar es ese lugar que Dios te permite, aunque no era su plan perfecto.

Cuando dices:

“Dios, no me pidas tanto. Solo un poco de fe. Solo un poco de pureza. Solo un poco de entrega…”

Y Él dice:

“Está bien. Vive en Zoar. Pero recuerda que te había llamado al monte.”

Zoar salva… pero no transforma.
Te mantiene vivo, pero no te hace santo.

c) La Mujer de Sal: El Síndrome del Retrovisor

Ella no fue destruida por el fuego del cielo… sino por el fuego interior de la nostalgia.

No fue condenada por un acto público, sino por una mirada.
Una mirada que reveló lo que aún amaba.

“El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino.” (Lc 9,62)
“Acuérdense de la mujer de Lot.”
(Lc 17,32)

La sal conserva. Pero también deshidrata.
Ella quedó como señal de lo que pasa cuando no se elige con decisión.

No basta salir.
Hay que avanzar.
Hay que cortar con el pasado… no seducirse por él.

d) Abraham: El Intercesor Silencioso

No estuvo en Sodoma.
No fue a rescatar a Lot.
Pero oró.
Y su oración llegó.

Desde la cima, ve el humo.
No se regocija. No se burla.
Contempla. Medita. Teme. Espera.

Y el texto dice:

“Dios se acordó de Abraham…”

Eso basta para que Lot sea salvado.
Nunca subestimes el poder de tu oración.
Dios se acuerda.

III. Aplicación: Esto Sigue Pasando Hoy

¿Crees que esta historia es lejana?
Piensa otra vez.

  • ¿Nunca has sentido que Dios te empuja a salir de algo y tú titubeas?
  • ¿Nunca has sentido que te llama al monte… pero tú pides Zoar?
  • ¿Nunca has querido mirar atrás, como quien extraña su esclavitud disfrazada de libertad?
  • ¿Nunca has sido salvado por la oración de alguien más, aunque no lo sepas?

Cada uno de nosotros ha estado ahí.

Dios sigue mandando sus mensajeros:
Una homilía. Un amigo. Un suceso. Una enfermedad. Un fuego interior.

Y te dice: ¡Corre! ¡No mires atrás!

¿Y tú qué haces?

  • Te excusas. Pones pretextos.
  • Te justificas. Racionalizas.
  • O quizás… corres. Pero a Zoar. Te quedas en tu círculo.
  • O quizás… miras hacia atrás… y te vas secando por dentro. No avanzas.

Pero aquí está la buena noticia:
Dios te quiere tomar de la mano. No te sueltes.
Dios escucha las oraciones de los Abrahames. Tus intercesores.
Dios quiere llevarte a las montañas. No te acobardes.

Epílogo: Entre el Fuego, la Sal y las Montañas

Pregúntate hoy:

  • ¿Cuál es tu Sodoma?
  • ¿Qué fuego está por caer y tú no lo ves?
  • ¿Cuál es tu Zoar? ¿Tu zona de confort bendecida pero mediocre?
  • ¿Te estás volviendo sal?
  • ¿A quién le debes tu rescate espiritual? ¿Quién ha orado por ti?

La vida no es una caminata sin sentido.
Es una carrera.
Y a veces, hay que correr con todo lo que eres… sin mirar atrás.

Porque si miras atrás, te conviertes en sal; es decir, te paralizas.
Y si te paralizas… no verás las montañas.

Así que, Dios no te ofrece solo la escapatoria.
Te ofrece un destino que ni siquiera te puedes imaginar.

Entonces, Corre.
No mires para atrás.
Avanza, sigue y llega a las montañas.
Y vive.

Conclusión

Este artículo es para los que están saliendo de algo.
Para los que ya escucharon la alarma.
Para los que saben que hay algo en su vida que se quema… y no es el juicio, sino el amor de Dios que quiere rescatarlos.

No mires atrás.
Acuérdate de la mujer de Lot.
Acuérdate de Zoar.
Acuérdate del humo.
Y sobre todo…

Acuérdate del Dios que todavía toma de la mano.

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