Fidelidad y Servicio en el Caminar con Dios

Theoloscience
15 min readNov 5, 2023

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Por Abba Jimmy (Theoloscience)

Introducción:

La secuencia de lecturas seleccionadas para el servicio de hoy (31 Domingo del tiempo ordinario, cicla A) nos ofrece una poderosa meditación sobre la naturaleza de nuestra relación con Dios y las expectativas que tiene de nosotros, especialmente en cuanto a los líderes espirituales y su integridad. A través de estos pasajes, se teje una narrativa que cuestiona y a la vez fortalece nuestra comprensión de la fidelidad, el servicio y la humildad.

La primera lectura, tomada del libro de Malaquías, nos sitúa en el contexto de un pueblo elegido que lucha por mantener la santidad en su adoración y en sus prácticas cotidianas. Se pone en tela de juicio la conducta de los sacerdotes, que han desviado su camino, corrompiendo así la esencia del pacto con Dios y deshonrando su nombre sagrado entre las naciones.

El Salmo Responsorial, con su profunda emoción y sinceridad, actúa como un puente entre la admonición y la esperanza, ofreciendo un modelo de dependencia y fe en la misericordia divina que contrarresta el orgullo y la autosuficiencia.

La segunda lectura nos lleva a los primeros días de la iglesia cristiana, con San Pablo recordando a los Tesalonicenses la autenticidad y el amor incondicional que debe caracterizar la proclamación del Evangelio. Esta lectura se alinea con la temática de servicio y cuidado paternal que Pablo personificó y enseñó.

La aclamación antes del Evangelio nos prepara para recibir las enseñanzas de Jesús con corazones abiertos, recordándonos que en la presencia de Dios, todos somos estudiantes y Él es nuestro único Padre y Maestro.

Finalmente, el Evangelio según San Mateo presenta a Jesús desafiando directamente la hipocresía y las falsas pretensiones de los líderes religiosos de su tiempo, exhortando a sus seguidores a abrazar una grandeza definida por la humildad y el servicio, y no por el reconocimiento terrenal o las posiciones de autoridad.

Esta secuencia de lecturas nos invita a examinar la coherencia entre nuestras palabras y acciones y a abrazar la sencillez y el servicio como los verdaderos caminos hacia la grandeza en el Reino de Dios.

Exegesis de Malaquías 1, 14–2, 2. 8–10

El libro de Malaquías se sitúa en el período postexílico, el cual sigue al exilio babilónico. Este exilio ocurrió en varias olas, siendo las más significativas las que tuvieron lugar en 597 a.C. y 586 a.C., cuando el rey Nabucodonosor II de Babilonia conquistó el reino de Judá y destruyó Jerusalén y el Templo de Salomón en 586 a.C. La mayoría de los judíos fueron llevados a Babilonia, donde vivieron en exilio.

El período postexílico comienza con el edicto de Ciro el Grande de Persia en 538 a.C., que permitió a los judíos regresar a Judá y reconstruir el Templo. Este período se extiende hasta la llegada de Alejandro Magno y la conquista helenística en el siglo IV a.C.

El libro de Malaquías se estima que fue escrito aproximadamente entre el 450 y el 400 a.C., en un tiempo en que el Segundo Templo había sido reconstruido (concluido alrededor del 516 a.C.), pero había una sensación de descontento espiritual y un descenso en el cumplimiento de la ley y el pacto por parte del liderazgo religioso y la población en general.

Entonces, el libro de Malaquías se ubica en un período postexílico de desilusión espiritual, particularmente entre los sacerdotes de Judá, quienes se habían apartado de sus deberes y del pacto levítico. El texto de Mal 1, 14b–2, 2, 8–10 resalta la supremacía de Dios como “Rey soberano” y advierte a los sacerdotes de una maldición divina si no retornan a la fidelidad y no glorifican adecuadamente a Dios. Se les reprocha por desviarse del camino correcto y causar que otros tropiecen en la ley, lo que conlleva a una amenaza de humillación pública y una pérdida de respeto ante el pueblo debido a su infidelidad.

El pasaje enfatiza la necesidad de una verdadera adoración, que va más allá de los rituales y requiere una relación genuina y una dedicación a Dios. Malaquías condena la falta de justicia y rectitud en el liderazgo espiritual, y señala las consecuencias graves de guiar mal a los demás.

Este mensaje es atemporal, sirviendo como recordatorio a los líderes religiosos y seguidores de hoy en día de la importancia de vivir una fe auténtica y cumplir con el pacto de Dios con integridad y humildad, recordando siempre la responsabilidad que lleva el liderazgo tanto ante Dios como hacia la comunidad.

Para la reflexión contemporánea, este texto puede funcionar como una advertencia a los líderes religiosos y laicos de mantener la integridad en su caminar con Dios, recordando que la posición de liderazgo conlleva una gran responsabilidad no solo ante Dios sino también hacia la comunidad que se sirve. Es un llamado a la autenticidad en la fe y a la vida de servicio que honra el nombre de Dios y el pacto que él ha establecido con su pueblo.

Primera Lectura

Primera Lectura — Mal 1, 14b–2, 2. 8–10

Esta lectura nos invita a una profunda reflexión sobre la seriedad de nuestra relación con Dios y la enorme responsabilidad que recae sobre los líderes espirituales. En un contexto donde Dios es presentado como el Rey soberano, la fidelidad y el respeto no son meramente opcionales, sino esenciales, y esto se destaca en el texto con especial énfasis en el rol de los sacerdotes. Estos, que han desviado el camino y mostrado parcialidad en la práctica de la Ley, son llamados a recuperar la integridad de su vocación, no para señalarles con el dedo acusador, sino para recordarles su llamado esencial a ser ejemplos de la misericordia y la justicia divinas.

La dignidad de cada persona, incluidos los sacerdotes, se sostiene eternamente ante Dios, a pesar de las faltas humanas. Todos, independientemente de nuestro rol en la comunidad, compartimos un Padre común, y el romper la confianza entre hermanos es una seria profanación de la alianza sagrada establecida con su pueblo. En esta lectura se evidencia un llamado a la reconciliación y a la restauración del orden divino dentro de la comunidad.

Es en este espíritu que cualquier diálogo o reflexión sobre temas espirituales y de liderazgo debe ser llevado a cabo: con el propósito de edificar, no de derribar; de comprender en lugar de juzgar; de acercarnos a la verdad en un marco de respeto y amor, reconociendo que cada paso hacia el mejoramiento personal y comunal es un paso hacia Dios. La crítica constructiva, imbuida de esperanza y caridad, tiene el poder de transformar y enriquecer, en vez de alienar o desanimar.

Por lo tanto, cuando consideramos las palabras de Malaquías, hagámoslo con una perspectiva de restauración y crecimiento, sabiendo que el llamado a la renovación es también un recordatorio de la misericordia y la paciencia infinitas de Dios. Esta lectura nos alienta a buscar una conversión genuina y continua, que honre la dignidad de cada individuo y la sagrada responsabilidad que todos compartimos.

El Salmo 130 es uno de los llamados “Salmos de ascenso” o “Cánticos de las subidas”, que se cree que los peregrinos judíos cantaban al subir al templo de Jerusalén. El salmista expresa un profundo sentido de arrepentimiento y una búsqueda de la misericordia de Dios. detenidamente.

Salmo 130, 1–2, 3 (Nueva Versión Estándar Revisada Edición Católica):

Desde lo profundo clamo a ti, oh Señor.

Señor, escucha mi voz. Estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.

Si llevaras cuenta de los pecados, Señor, ¿quién podría mantenerse?

Examen del Texto:

Versículo 1: “Desde lo profundo clamo a ti, oh Señor.”

La frase “desde lo profundo” (en hebreo “ממעמקים”, “mi-ma’amakim”) sugiere una profundidad física, emocional o espiritual. El salmista se siente posiblemente en una situación de desesperanza o angustia, desde donde su único recurso es clamar a Dios. En el simbolismo bíblico, las “profundidades” a menudo se asocian con el Sheol o la muerte, lo que significa que el salmista podría estar enfrentando una grave crisis personal o colectiva.

Versículo 2: “Señor, escucha mi voz. Estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.”

Aquí hay un llamado urgente a la escucha. El salmista pide a Dios que oiga su voz, que es una metáfora de atención divina y una respuesta a la oración. En el contexto de la oración judía, la petición de que Dios “escuche” es una súplica para que sea receptivo y actúe en favor de quien ora.

Versículo 3: “Si llevaras cuenta de los pecados, Señor, ¿quién podría mantenerse?”

El salmista reconoce la justicia de Dios y la naturaleza universal de la falta humana. Hay un reconocimiento implícito de que si Dios fuera a juzgar estrictamente según las transgresiones, nadie sería capaz de soportar ese escrutinio. Es una confesión de la necesidad de la misericordia divina y del perdón, y también sugiere una comprensión de la gracia de Dios que trasciende la justicia estricta.

Contexto Histórico y Literario:

El Salmo 130 ha sido interpretado a lo largo de la historia de diversas maneras: como un lamento individual, una expresión de arrepentimiento comunal, y como una meditación sobre la necesidad humana de redención. Históricamente, el salmo podría haberse usado tanto en contextos litúrgicos como personales, reflejando tanto las necesidades del individuo como las de la comunidad.

Teología del Texto:

La teología implícita en estos versículos del Salmo 130 es rica en su comprensión de la naturaleza humana y la divina. Se percibe la total dependencia del ser humano de la gracia y la misericordia de Dios. La justicia de Dios no es vista como algo a ser temido en el sentido de la condenación, sino como un aspecto de Su carácter que eventualmente conduce al perdón y a la restauración. El salmista entiende que la relación con Dios no se basa en la perfección humana, sino en la bondad y el amor inagotable de Dios.

Mensaje para Hoy:

Este salmo resuena con aquellos que se sienten abrumados por las circunstancias de la vida o conscientes de su propia falibilidad. Nos enseña que podemos y debemos acudir a Dios en cualquier estado en que nos encontremos, confiados en que Él es misericordioso. Es un llamado a la humildad y a la confianza en que Dios, que es fiel, no nos juzgará más allá de nuestra capacidad de soportar y siempre está dispuesto a perdonar.

Salmo Responsorial — Salmo 130, 1–2, 3

El Salmo 130 es una expresión hermosa de humildad y confianza. El salmista se presenta con un corazón no ambicioso ni arrogante, sino con la tranquilidad y dependencia de un niño en brazos de su madre. Esta imagen nos invita a abandonar la soberbia y encontrar nuestra paz y seguridad en la esperanza y la fe en Dios, alentando a Israel a mantener esa confianza ahora y siempre.

Exégesis de 1 Tesalonicenses 2:7–9, 13,

Contexto Histórico y Literario:

La carta a los Tesalonicenses es una de las primeras escrituras del Nuevo Testamento y se cree que fue escrita por el apóstol Pablo alrededor del año 50–52 d.C. Esta carta es enviada a la iglesia en Tesalónica, una de las primeras comunidades cristianas que Pablo ayudó a fundar en Europa. El contexto de la carta es el de una joven iglesia enfrentando persecución y confusión acerca del retorno de Cristo.

Análisis del Texto:

1 Tesalonicenses 2:7–9, 13 se enfoca en el comportamiento de Pablo y sus compañeros mientras estaban entre los Tesalonicenses. Pablo utiliza la metáfora de una nodriza (en algunos manuscritos “niño pequeño”) para describir la gentileza y cuidado con que trató a la comunidad. Él y sus compañeros estuvieron entre ellos con amor y ternura, compartiendo no solo el evangelio sino sus propias vidas, lo cual indica una profunda relación personal.

Pablo también habla de su trabajo arduo, laborando día y noche para no ser una carga para nadie mientras predicaban el evangelio. Esto resalta su compromiso ético y su deseo de no ser un estorbo para aquellos a quienes estaba tratando de alcanzar.

En el versículo 13, Pablo da gracias porque los Tesalonicenses recibieron la palabra de Dios no como palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios. Este versículo subraya la autoridad divina del mensaje predicado y su efecto transformador en aquellos que la reciben con fe.

Significado Teológico:

Teológicamente, este pasaje refleja temas paulinos clave como la autenticidad, la integridad en el ministerio y la autoridad y eficacia de la palabra de Dios. Pablo está preocupado no solo con la transmisión del evangelio, sino con la manera en que se vive y se comparte, modelando así el carácter de Cristo.

Aplicaciones Contemporáneas:

Para los lectores modernos, este pasaje puede servir como un recordatorio del valor de la autenticidad en la vida cristiana y en el ministerio. Destaca la importancia de las relaciones genuinas en la construcción de comunidades de fe y el poder de la palabra de Dios para cambiar vidas.

La exégesis de este pasaje revela la profundidad de la preocupación de Pablo por la iglesia y su deseo de que su mensaje sea recibido no solo en palabras sino también a través del testimonio de una vida vivida en consonancia con el evangelio. Esto puede desafiar a líderes y laicos por igual a reflexionar sobre cómo se vive y se comparte la fe en el contexto actual.

Segunda Lectura — 1 Tes 2, 7–9, 13

Pablo recuerda a los Tesalonicenses la ternura y el sacrificio con que compartió el Evangelio, no solo como palabras sino como una expresión de su vida misma, sirviendo de día y de noche. El apóstol celebra la recepción de la palabra de Dios no como un mensaje humano, sino como la verdad activa y vivificante en los creyentes, un eco del amor paternal y del cuidado que él les había mostrado.

Aclamación antes del Evangelio — Cfr Mt 23, 9. 10

Esta aclamación resalta la singularidad de Cristo como Maestro y la paternidad de Dios como la única a ser reconocida, orientándonos hacia la idea de que hay una única autoridad espiritual y guía definitiva, y es divina.

La exégesis del pasaje del Evangelio según San Mateo 23:1–12

Contexto Histórico y Literario:

El Evangelio de Mateo fue escrito principalmente para una audiencia judía y se enfoca en presentar a Jesús como el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. El capítulo 23 se encuentra en un segmento donde Jesús está hablando en Jerusalén durante la semana previa a su crucifixión. En este discurso, critica a los líderes religiosos judíos por su hipocresía.

Análisis del Texto:

En los versículos 1–12 de Mateo 23, Jesús advierte al público y a sus discípulos sobre la práctica religiosa de los escribas y fariseos. Describe cómo buscan el reconocimiento público y las posiciones de honor en la sociedad, pero no actúan de acuerdo con lo que enseñan. En otras palabras, hay una discrepancia entre su discurso y su conducta.

Versículos 1–3: Jesús reconoce la autoridad de los escribas y fariseos en tanto que enseñan “en la cátedra de Moisés”, pero advierte seguir su ejemplo debido a su falta de coherencia.

Versículos 4–7: Critica la carga pesada que imponen a otros con sus enseñanzas mientras ellos mismos no están dispuestos a llevarla. También denuncia su vanidad y deseo de ser honrados.

Versículos 8–10: Jesús instruye a sus seguidores a evitar los títulos de honor que estos líderes desean, enfatizando que solo hay un Maestro y un Padre celestial, y todos los demás son hermanos. Estos versículos recalcan la igualdad fundamental entre los creyentes y la singularidad de Dios y Cristo como figuras de autoridad.

Versículo 11–12: Se proclama que el verdadero liderazgo en el reino de Dios está marcado por el servicio y la humildad, y que aquellos que se exaltan serán humillados, y viceversa.

Significado Teológico:

Este pasaje destaca varios temas teológicos importantes:

La crítica de Jesús a la religiosidad exterior que no refleja una transformación interna.

La condena de la hipocresía y la autoexaltación.

El llamado a una práctica de fe caracterizada por la humildad y el servicio.

Evangelio — Mt 23, 1–12

Jesús critica la hipocresía de los escribas y fariseos que no practican lo que predican y sobrecargan a la gente con exigencias que ellos mismos no están dispuestos a tocar. Se advierte contra el amor a los títulos y el orgullo, y se nos insta a ser siervos si queremos ser grandes en el Reino de Dios. La verdadera grandeza se encuentra en la humildad y el servicio, no en la exaltación personal, un mensaje poderoso y contra cultural que invita a una reflexión profunda sobre nuestras propias prácticas de fe y liderazgo.

Aplicaciones Contemporáneas:

Para los creyentes de hoy, este pasaje sirve como un recordatorio potente de la importancia de vivir de acuerdo con lo que se predica y de evitar el orgullo y la autoglorificación. Se convierte en un llamado a examinar nuestras propias prácticas religiosas y liderazgo para asegurarnos de que reflejen los valores del Reino de Dios que Jesús vino a establecer.

La enseñanza de Jesús aquí es un desafío directo al liderazgo eclesiástico y a la práctica religiosa de cualquier época, llamando a una autenticidad y humildad que honra a Dios y sirve a la comunidad con genuino amor y sacrificio, en lugar de buscar el reconocimiento humano y el estatus.

La PALABRA DE DIOS ESTE DOMINGO (XXXI del tiempo ordinario, ciclo A) nos llama a infundir un enfoque más relacional en la práctica de la fe, al estilo de San Pablo, debemos recordar que el cristianismo es intrínsecamente comunitario.

Viviendo la Fe en Relación: Siguiendo la enseñanza del Apostol San Juan, “Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” ( 1 Juan 3:18). La autenticidad en nuestra fe se expresa mejor en comunidad. Cada acto de bondad y cada palabra de consuelo deben surgir del amor fraterno y dirigirse hacia la edificación de otros. En vez de preguntarnos solo si estamos viviendo con integridad, debemos preguntar si estamos ayudando a otros a hacer lo mismo. ¿Nuestro testimonio invita a otros a unirse en un camino de fe compartido?

Interdependencia en el Cuerpo de Cristo: La exhortación que encontramos en Filipenses 4:6, “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios” (Filipenses 4:6) nos llama a una humildad que reconoce nuestra necesidad mutua. Como miembros de un cuerpo, la debilidad de uno es la debilidad de todos; la fuerza de uno es la fuerza de todos. En vez de centrarnos en nuestras propias preocupaciones espirituales, busquemos cómo podemos llevar las cargas de los demás, ofreciendo oración y apoyo donde sea necesario.

Servicio que Une: Nuestro servicio debe trascender la auto-satisfacción espiritual y emerger como un acto que va más allá de la obediencia personal; es un medio vital de conexión con los demás. Adoptar una actitud de servicio nos entrelaza con las vidas de otros, permitiéndonos compartir sus alegrías y penas. Al servir, nuestros actos se convierten en un lenguaje de amor que resuena con fuerza en los corazones y forja puentes de solidaridad y comunión entre nosotros, tal como se nos recuerda que “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).

Fe en Acción Comunitaria: Nuestra fe no solo debe ser para nuestro propio crecimiento espiritual, sino que debe manifestarse visiblemente en acciones para el bienestar común. Al cambiar el enfoque del “yo” al “nosotros”, rompemos el ciclo egocéntrico y abrazamos una fe vivida colectivamente. Esto significa encarnar la palabra de Dios juntos, apoyándonos mutuamente en la práctica de la fe, y convertirnos, en unidad, en verdaderos instrumentos de Su amor. Esto resuena con la exhortación de “Pero sean hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22).

Igualdad y Servicio como Testimonio de Fe: la paternidad de Dios nos invita a vivir en una igualdad que se derrama en servicio. Centrando nuestros esfuerzos en servir y edificar a los demás, dejamos de lado la “auto-referencia” y nos abrimos a la experiencia de encontrar a Dios en cada hermano y hermana en Cristo. Este llamado a reconocer la autoridad espiritual suprema de Dios Padre, está claramente expresado en las palabras de Jesús: “Y no llamen a nadie en la tierra ‘padre’, porque uno es su Padre, el que está en el cielo” (Mateo 23:9).

San Pablo enfatizó constantemente la importancia de la comunidad y el cuerpo de Cristo, donde cada miembro es valioso y todos dependen unos de otros. Romper el círculo egocéntrico no es solo dejar de hacer cosas para nosotros mismos; es activamente buscar maneras de enriquecer la vida de los demás, convirtiendo cada “Oh yo” en “Oh nosotros”, y cada preocupación personal en una oportunidad para la acción comunal y la intercesión.

Porque llamamos a los sacerdotes “Padre”?

El título de “Padre” al dirigirse a un sacerdote está profundamente arraigado en la tradición cristiana y tiene un significado importante tanto espiritual como comunitariamente. He aquí por qué es importante:

Paternidad Espiritual: El término “Padre” refleja el papel del sacerdote como padre espiritual de su congregación. Así como un padre en una familia guía, nutre y protege a sus hijos, de la misma manera el sacerdote se esfuerza por guiar a sus feligreses en asuntos espirituales.

Tradición y Respeto: El título es una marca de respeto y honor que reconoce la dedicación del sacerdote a su vocación y su papel como líder dentro de la Iglesia. Es un signo de estima por el cargo que ocupa y la vida sacramental que administra.

Sucesión Apostólica: Llamar a un sacerdote “Padre” también es un reconocimiento de la sucesión apostólica, la línea de autoridad espiritual que se remonta a los propios apóstoles, como administradores de la Iglesia primitiva.

Fundamentos Bíblicos: Mientras Jesús dijo: “No llamen ‘padre’ a nadie en la tierra, porque uno es su Padre, el que está en el cielo” (Mateo 23:9), el apóstol Pablo se refirió a sí mismo como padre espiritual (1 Corintios 4:15), indicando que el término puede tener una connotación espiritual que no está en conflicto con reconocer a Dios como el Padre supremo.

Identidad Comunitaria: Usar el título “Padre” también ayuda a crear y mantener un sentido de identidad comunitaria. Establece el papel del sacerdote dentro de la comunidad y aclara la naturaleza de la relación entre el sacerdote y sus feligreses.

Es esencial que estas razones se comuniquen a los feligreses, especialmente en un mundo donde los títulos y las formalidades a veces pueden ser malinterpretados o poco apreciados. La educación sobre el significado detrás del título puede ayudar a reforzar los lazos espirituales y comunitarios dentro de la parroquia. También puede ayudar a los nuevos miembros de la congregación o aquellos de diferentes tradiciones o antecedentes a comprender e integrarse en las prácticas de la comunidad.

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